7 de diciembre de 2009

A orillas del río Piedra me senté y lloré. II


A veces nos invade una sensación de tristeza que no logramos controlar, decía él. Percibimos que el instante mágico de aquel día pasó, y que nada hicimos. Entonces la vida esconde su magia y su arte. Tenemos que escuchar al niño que fuimos un día, y que todavía existe dentro de nosotros. Ese niño entien­de de momentos mágicos. Podemos reprimir su llanto, pero no podemos acallar su voz. Ese niño que fuimos un día continúa presente. Bie­naventurados los pequeños, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Si no nacemos de nuevo, si no volvemos a mirar la vida con la inocencia y el entusiasmo de la infancia, no tiene sentido seguir viviendo. Existen muchas maneras de suicidarse. Los que tratan de matar el cuerpo y los que tratan de matar el alma, aunque su crimen sea menos visible a lo ojos del hombre.'' Prestemos atención a lo que nos dice el niño que tenemos guardado en el pecho. No nos avergoncemos por causa de él. No dejemos que sufra miedo, porque está solo y casi nunca se le escucha. Permitamos que tome un poco las riendas de nues­tra existencia. Ese niño sabe que un día es diferente de otro. Hagamos que se vuelva a sentir amado. Hagamos se sienta bien, aunque eso signifique obrar de una manera a la que no estamos acostumbrados, aunque parezca estupidez a los ojos de los demás. Si escuchamos al niño que tenemos en él alma, nuestros ojos volverán a brillar. Si no perdemos el contacto con ese niño, no perderemos el contacto con la vida.