7 de diciembre de 2009

A orillas del río Piedra me senté y lloré. I


Es necesario correr riesgos, decía. Solo entendemos del todo el milagro de la vida cuando dejamos que suceda lo inesperado. Todos los días nos dan, junto con el sol, un mo­mento en el que es posible cambiar todo lo que nos hace infelices. Todos los días tratamos de fingir que no percibimos, ese momento, que ese momento no existe, que hoy es igual que ayer y será igual que mañana. Pero quien presta atención a su día, descubre el instante má­gico. Puede estar escondido en la hora en que metemos la llave en la puerta por la mañana, en el instante de si­lencio después del almuerzo, en las mil y una cosas que nos parecen iguales. Ese momento existe: un momento en el que toda la fuerza de las estrellas pasa a través de nosotros y nos permite hacer milagros. - La felicidad es a veces una bendición, pero por lo ge­neral es una conquista. El instante mágico del día nos ayuda a cambiar, nos hace ir en busca de nuestros sue­ños. Vamos a sufrir, vamos a tener momentos difíciles, vamos a afrontar muchas desilusiones..., pero todo es pasajero y no deja marcas. Y en el futuro podemos mi­rar hacia atrás con orgullo y fe. Pobre del que tiene miedo de correr riesgos. Porque ése quizá no se decepcione nunca, ni tenga desilusio­nes, ni sufra como los que persiguen un sueño. Pero al mirar hacia, atrás —porque siempre miramos hacia atrás – oirá que el corazón le dice: “¿Qué hiciste con los milagros que Dios sembró en tus días?¿Qué hiciste con los talentos que tu Maestro te confió? Los enterraste en el fondo de una cueva, porque tenias miedo de perderlos. Entonces, ésta es tu herencia: la certeza de que has desperdiciado tu vida.” Pobre de quien escucha estas palabras. Porque entonces creerá en milagros, pero los instantes mágicos de su vida ya habrán pasado